sábado, diciembre 07, 2013

SFEIR Y BACHELET



Dos alumnas llegaron consternadas a mi clase. Habían votado por Sfeir y estaban decepcionadas de que su candidato hubiese dado el apoyo a Bachelet. Decían que eso parecía una traición, porque él se había presentado como contrario al sistema y ahora apoyaba a quien pensaba distinto. Traté de responderles, pero su actitud era tan intensa que no fue posible explicarles con claridad mi punto de vista.
Apoyé de inmediato la decisión de Alfredo Sfeir, pues yo mismo, les dije, decidí votar por Bachelet al día siguiente de la elección de noviembre. Entendí que en la disyuntiva de que pudiera ganar la derecha – más allá de que tengo aprecio por Evelyn Matthei – prefería poner mi voto en favor de la candidata apoyada por la Democracia Cristiana. Y lo digo así, pues claramente tengo críticas fuertes al gobierno anterior de Bachelet, especialmente por el manejo de Hacienda y Economía y por los manejos políticos torpes de su entorno más cercano. Voto por Bachelet porque su gobierno hará algo más por el cambio que lo que podría hacer su contendora, pero en verdad no creo que reciba el apoyo de sus partidos para hacer los cambios que prometió. En fin. El mal menor.
Pero Sfeir, por quien trabajé con entusiasmo, dijo algunas cosas muy importantes al dar su apoyo y eso me hace recuperar la esperanza. La campaña de mi candidato perseguía poner temas en el debate y fue la candidatura más propositiva de todas, entendiendo que su confrontación es sistémica y no focalizada en uno u otro partido político o candidatura. Y su logro fue extraordinario: que la candidata que obtuvo el 46% le pidiera el apoyo al candidato del 2,5%, mediante un acuerdo entre los comandos que significaba recoger más de 40 medidas profundas y concretas planteadas en el programa de Sfeir.
Ella y su comando se dieron cuenta de la necesidad de ampliar su programa con las propuestas contenidas en el programa de Alfredo Sfeir, reconociendo que es el momento crucial para poner la agenda de la sustentabilidad junto a la de los cambios institucionales.
No puede haber ignorado Bachelet la circunstancia que en pocos días se hubiese gestado un movimiento para que el próximo gobierno acogiere a Sfeir como Ministro en temas de medio ambiente. Este movimiento recibió la adhesión de más de 200 mil personas en muy pocos días, lo que fue un claro índice de que se había superado el marco de los partidarios y muchas personas se fueron entusiasmando con las propuestas de una campaña hermosa, novedosa, audaz y consistente. Bachelet quiso contar con ese apoyo, pues los votantes de Sfeir eran en su mayoría personas con mucha conciencia sobre la necesidad tanto de las transformaciones en materia ambiental, como en cuanto poner en el centro de las preocupaciones al ser humano y no los índices, como tanto le gustó a Velasco y otros derechistas en el gobierno anterior.
Es verdad que Alfredo Sfeir no ha ejercido más que su opción, declarando expresamente que los que lo apoyaron son personas libres y conscientes para tomar sus propias decisiones. Muchos votaremos como él por Bachelet y dudo que haya otros que lo hagan por Matthei, pues la ex senadora representa un tipo de política que se aleja de sus sueños “verdes” y humanistas. Pero si lo hacen, bien, están en su derecho.
Lo que no puede hacer un demócrata convencido, un republicano cabal, es eludir la responsabilidad que genera haber sido candidato presidencial: la segunda vuelta es para ponerse de acuerdo y no, como dijo Sfeir, para irse por cuatro años a la casa y volver a sacar el paquete de ideas en la próxima elección. La tarea de la democracia es ir construyendo acuerdos para hacer una sociedad mejor. La segunda vuelta es para que los perdedores se propongan influir en las candidaturas que siguen en competencia, buscando entendimientos sobre bases programáticas. No se trata de modificar el pacto esencial, en este caso la Nueva Mayoría, sino de ampliar las bases conceptuales de un futuro gobierno. Pero los candidatos perdedores, como niños taimados, decidieron irse a sus casas y negarse a encontrar coincidencias. Eso ha sido denominado “egoísmo social”.  La política es la capacidad de llegar a acuerdos, la voluntad de entenderse, la disposición a pensar en las personas del país.
No a todos les gusta eso, por cierto. Pero quienes creemos que es necesario construir la democracia institucional, debemos mostrar con nuestras acciones concretas que vivimos de acuerdo a esas ideas. Poca autoridad moral puede tener un  movimiento o un líder para conducir el país, si acaso no es capaz de buscar entendimientos con otros sectores de la sociedad para ir construyendo mayorías en tareas específicas.
Pienso el líderes morales de la estatura de Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton e Ignacio Palma, que participaron en gobiernos para influir positivamente en sus programas, valorando el gesto de diferentes Presidentes que los llamaban, a pesar de pertenecer a un partido que entonces era muy pequeño.
Eso es lo que hacen Sfeir y Bachelet. Construir democracia. Tal vez no sea llamado al gobierno, pero las ideas ya están allí. Y miles de chilenos conscientes estaremos vigilantes para que se cumplan las promesas.  O por lo menos que el nuevo gobierno intente cumplirlas.
La democracia necesita gente con ideas tan claras y tan fuertes, que sean capaces de hacer política propositiva y se atrevan a pactar con los que tienen el gobierno. Chile necesita más unidad, más acuerdos y más claridad de propósitos.


sábado, noviembre 30, 2013

LAS ELECCIONES



Publicado en www.cooperativa.cl 
Las recientes elecciones presentaron numerosas noticias que debieran ser de interés. Quienes nos interesamos en la política y en la sociedad no podemos ver lo que sucede sin atender a las revelaciones de la realidad. La única concusión seria que se puede sacar de esta elección es que votó MUY POCA gente.
Sin necesidad de hacer grandes conjeturas, me ha quedado claro que esta democracia protegida creada por Guzmán con la ayuda de Pinochet, ha agotado a los chilenos. Dije, hace ya muchos años, que ésta es una “democracia aparente” y hoy no queda más que ratificar el término, por cuanto mal se puede hablar de un gobierno del pueblo, cuando la participación electoral no llega al cincuenta por ciento de los electores habilitados para votar.
El pueblo chileno no se ha sentido convocado, sobre todo a partir de esa idea que la derecha ha difundido desde hace tiempo: al día siguiente usted igual tendrá que ir a trabajar. Como si alguien sugiriera que la elección es un acto de magia.
La mitad de ese pueblo no ha votado, es decir, ni siquiera expresa la opinión de rechazo propia del voto nulo ni tampoco el desconcierto propio del voto en blanco. Es simplemente el desinterés en la experiencia democrática, la falta de compromiso con el destino de la sociedad y la falta de confianza en que los gobiernos podrán trabajar por solucionar los problemas de las personas.
Una abstención tan alta (más del 50%) nos revela que la mayoría de los chilenos mayores de 18 años no se sienten interpelados por los que postulan a gobernar. Nada más.
No se cree en la democracia o se aprecia que la mantención o no de este sistema no modifica sustancialmente la situación individual de los sujetos llamados a participar.
Entrar en disquisiciones sobre si la abstención es de uno u otro lado sólo conduce a concusiones livianas e indemostrables. No votar es no votar. El que calla no otorga, sino que nada dice. Punto. Cuando en una sociedad, la minoría de sus habitantes mayores de edad no participa de la democracia, los que gobiernan tienen un bajo respaldo.
Lo que está en dificultades es la democracia misma, la idea esencial de que el pueblo debe ser capaz de gobernarse a sí mismo, dándose representantes legitimados por las mayorías, con ideas, con programas y con la posibilidad de exigirles diálogo frecuente y consistencia con sus mensajes al ser elegidos. Algo pasa en los que dirigen la sociedad, que no son suficientemente creíbles, que no parecen respetables a los ojos de los ciudadanos. Observemos, por ejemplo, el resultado de las encuestas sobre el actual Presidente de Chile: la mayoría de la gente no le cree. ¡No le cree! Es decir, se piensa que no dice la verdad. Y eso se aplica a muchos de los candidatos a distintos cargos. De todas las ideologías.

¿O es que se ha generalizado la conciencia de que los actuales dominadores de la política no tienen interés verdadero en que los ciudadanos participen? Puede ser exagerado, pero siento un viento a la República de Weimer, ese desánimo de los alemanes entre la derrota de 1918 y la llegada del nazismo. Un cierto aire de que no importa tanto la democracia, que la participación puede reducirse a un voto voluntario cada cierto tiempo, que no hay proyectos inclusivos del pueblo y de las personas y que da lo mismo votar o no, porque sólo cambian los administradores del sistema y nunca el sistema mismo. Y entre unos administradores y otros, no habría gran diferencia.
Otros dicen que la baja participación es porque los llamados “incumbentes”, es decir, estos parlamentarios que se repiten majaderamente en los cargos y que no se la juegan por modificar nada sustancial, que hacen discursos no veraces, que cometen actos de corrupción y no son sancionados políticamente, que se siguen haciendo elegir usando malas artes, ellos, están dominando la escena. No los nombraré, pero su imagen ronda en nuestras cabezas, ya sean senadores o diputados, mientras otros del mismo estilo se preparan para ser ministros del gobierno que resulte elegido. En un modelo tan cerrado, cupular, aparecen elegidos personeros que se revisten de oropeles que no les pertenecen o que dicen ser aptos para los cargos solamente por haber servido otros, sin que nadie pueda preguntarse si haber sido subsecretario de algo lo habilita para ser senador o diputado o si cuando tuvo ese cargo lo hizo bien o mal. Es la imagen, sólo la presencia de su nombre. Es conocido. Y eso puede bastar.
Lo que para mí es una dolorosa derrota, la de Soledad Alvear, al menos tiene el consuelo de que el ganador es un hombre que aporta positivamente en la política. Lo que no sucede con la de Undurraga y muchos otros, que se vieron sobrepasados por las máquinas poderosas organizadas desde el poder y la riqueza.
La democracia chilena ha demostrado cierta precariedad, tanto por la escasa votación como por la forma en que lo hicieron esos chilenos. Es como decir “para qué voy si siempre es lo mismo o si voy, prefiero votar a ganador que abrir otras opciones”.
El sistema electoral es definitivamente malo. Deja muchos vacíos que van desde la inscripción de candidaturas hasta los que resultan elegidos de un modo no representativo. La democracia aparente que se ha construido en Chile carece de otro mecanismo real de intervención ciudadana que no sea la votación periódica. Eso no puede seguir así, pues se arriesga mucho.
El país requiere una democracia verdadera, donde el pueblo participa activamente, donde se cambie el concepto de “masa informe” para referirse a los ciudadanos, por el de una comunidad nacional organizada. No es “la gente”, sino las personas. Eso se debe expresar en normas constitucionales, pero también en actitudes: no es necesario que una ley obligue a ciertas y determinados comportamientos para que los políticos actúen con corrección.
Los partidos son indispensables en una sociedad políticamente organizada, pero también debe haber espacios para la participación de las personas que no son militantes. Mientras más canales de participación existan y más activos estén, mejor será para la sociedad toda y para cada una de las personas. La política, es decir las cuestiones del poder y las decisiones que afectan a los habitantes del país, no puede ser asunto de clases, de grupitos, menos aún de camarillas o alianzas de intereses transversales.
Si miramos a la sociedad de esta manera, tal vez podamos recuperar el sentido de intervenir, de participar, de concurrir a votar y ser capaz de exigir que se respeten los derechos y se cumplan los deberes.

martes, noviembre 12, 2013

EDUARDO DE LA BARRA



Murió Eduardo de la Barra.
Dibujante, artista, hombre bueno, humorista ingenioso y triste. Portaba una enfermedad dolorosa, agravada desde la muerte de su amor.
Creador de numerosos personajes, entre otras su famosa PALOMITA, la muchacha de La Cuarta, diario popular.
Pero su obra más difícil, el desafío mayor, fue la creación del Tarot Nuevo Mundo (o Tarot de Syncronía). Sin saber nada de tema, tal vez sin siquiera creer en su utilidad, aceptó el desafío que le propusimos Wilson Tapia y yo y se introdujo en los 22 arcanos mayores. Demoró 10 años en terminar los arcanos menores. Su rostro quedó plasmado en El Emperador, un inconsciente autorretrato que le costó reconocer.
Él sabía que iba a morir pronto. Mi último encuentro fue en la calle, cerca de centros médicos. Él venía, yo iba. Conversamos brevemente. Quedamos de vernos, lo invité a Syncronía. Pero él me miró con sus ojos entristecidos. Yo entendí. No habría ni energía ni tiempo para ello. Nos dimos un abrazo.
Ayer me enteré de que ha muerto.
Rindo homenaje a este artista tan chileno, humorista, ingenioso, tímido, de una modestia singular. Estará siempre conmigo, pues uso a diario el Tarot que hicimos juntos: él dibujaba mientras yo le hablaba, de palabra o por escrito, de cada una de las cartas.
Gracias Eduardo: que la trascendencia te premie por tus aportes a la humanidad.

domingo, noviembre 10, 2013

EN EL CIERRE DE CAMPAÑA DE SFEIR



Yo estoy con Alfredo, dice Alejandro, porque mi abuelo vota por él. Y yo voto por Alfredo, querido Alejandro, queridos nietos míos, Amparo, Micaela, queridos hijos Pablo, Sofía y Mariana, porque pienso en ustedes y en el país que estamos construyendo día a día, con nuestras esperanzas, con nuestras ilusiones, con los planes y sueños que en esta jornada de Chile encarna ALFREDO SFEIR.
Cuando muchos discuten sobre cómo caminar en una ruta de artificios y consumo desatado, cuando quieren decorar un camino que sabemos hacia dónde conduce, ALFREDO es la enseña viva para señalar el otro camino, aquél que nos lleva a una sociedad donde la armonía, el entendimiento, el respeto y el amor por sí mismo, por los demás y por el entorno, sean los pilares de las grandes decisiones y del diario caminar.
Hace cincuenta años, cuando era un adolescente, tuve un sueño: desde la montaña, desde el mar, desde las llanuras y el desierto, desde los campos, los pueblos y las ciudades, surgía un clamor persistente y miles de manos y ojos, manos tomadas y ojos mirándose, uniendo la voluntad y el deseo, para ocuparse de las necesidades del entorno concreto de cada uno. La tierra florecía, porque alguien – como lo hace Alfredo esta mañana, estas mañanas - alzaba la voz para decir: no hay cambio social sin cambio personal, no hay cambio personal sin cambio social.
Y despierto ya, viví los días en que pasaron por nuestra tierra chilena muchos que proclamaron la revolución. En libertad, a la chilena, democrática y popular, con y sin apellidos.
Pero dominaban la ambición de poder y la codicia, el voluntarismo y el fanatismo, la soberbia sin frenos, la convicción de ser unos los dueños de la verdad, mientras los demás se hundían en el error.
Seguimos a unos o a otros. Gritamos en las calles, pero el vacío impedía que nos entendiéramos, vimos enemigos donde había simplemente humanos.
Si alguien callaba, para escuchar, era catalogado de cobarde.
Si otro hablaba del espíritu, era un alienado.
Si un tercero llamaba a la unidad y al respeto, se le trataba como un indefinido que carecía de ideas propias.
Voces clamando, en la soledad de las calles y el desconcierto de tantos corazones, buscando unirse en un esfuerzo gigantesco: aunar voluntades para construir una nueva sociedad, aquella que se hace no sólo desde los grandes discursos, sino en el acto diario de entendimiento con nuestro entorno inmediato, con los seres vivos y sobre todo con los otros humanos con quienes compartimos aire, tierra, agua y el fuego de la esperanza.
Pero aquellos que creen ser tutores de la vida, mientras portaban la muerte en medio de sus ojos y sus manos, despreciaron la mirada al horizonte y al corazón, para hacer gemir la tierra, desde la cordillera hasta el mar, en un día de víspera de primavera. Era el dolor y el miedo que gritaban el desconcierto de que cuando debía amanecer, anocheció.
Fue de madrugada.
Una lágrima de tierra tierra, una esperanza postergada.
Fue de madrugada.
Un rayo pardo y verde oliva
flameantes las banderas, agitados los ojos de los pobres
avanzan los dolores por la tierra.
Y cuando se prometía amanecer, cayó la noche en pleno mediodía, ¿Es la entrada solemne de la patria en el crepúsculo tardío de la historia?
Mi miedo, tu miedo, el miedo nuestro. Dejan caer un rayo de violencia y un toque de clarín nos dice que todo está oscuro y terminado. Tenemos miedo y pena. Fue de madrugada anocheciendo, todo el dolor en mis rodillas, era mediodía y yo lloraba, ay Dios, Dios, ay, Dios mío, ¡ha muerto el presidente!
Todos negaban saber lo que todos ya sabíamos. Trataron de tapar la verdad y sus ojos, para ocultar su propia conciencia.
Pero desde los valles y los ríos, las montañas y los lagos, desde el mar, la cordillera y las ciudades, los pueblos, las calles, los campos, comenzó a surgir una silenciosa y bella solidaridad. Una luz que nos hace sentir que es posible una tierra libre, sana, donde vivamos hermanados los que pensamos distinto, donde nos respetemos y entreguemos lo único que de verdad tenemos: un enorme amor y una enorme esperanza.
En nuestras ciudades y campos, lloramos la ausencia de muchos.
En el recuerdo nocturno, un par de tragos:
a tus pies el Sena, Londres a tu espalda
por tu hambre y por tu sed, Madrid y Barcelona.
En el mundo se dibuja una noche holandesa con olor a cordillera,
un campo florido, con ríos y sauces, una pena guardada con ojo de niño.
Ha pasado tanto tiempo, tantas esperanzas postergadas, tanto encierro.
Y entonces ahora, cuando cumplimos cuarenta años de democracia amagada, renace la esperanza de que haya hombres y mujeres capaces de entenderse, de respetarse, de buscar en el otro no un beneficio para sí, sino un humano con quien compartir el paso por el mundo.
Se alzó desde la cordillera un nuevo mensaje… Se abrió un nuevo camino, aquel por el que podemos transitar todos nosotros, con la certeza de que es posible construir una patria para todos, incluso para los que no quieren una patria para todos.
Amanece en el planeta y lo nuevo es lo que vemos:
Alfredo Sfeir, levantando una bandera que parecía muchas veces marginal, pero que él ha sido capaz de situar en el diálogo con los que han administrado el país por demasiados años.
Porque él – yo también, todos ustedes – ha sido capaz de poner los temas importantes en el debate nacional.
Un nuevo camino, una nueva educación, una nueva economía, una nueva sociedad.
Es lo nuevo de esta hora, en la era que se inicia y de la cual somos protagonistas.
Somos los protagonistas del tránsito de una sociedad injusta, hacia una nueva realidad de justicia, fraternidad, libertad, colaboración, amor y respeto.
Cuando uno de mis camaradas de Partido me preguntó ¿Por qué votarás por Sfeir y no por nuestra candidata? Mi respuesta fue muy sencilla. Votar por un candidato a Presidente es cuestión de ética: tiene que ver con hacer lo profundamente correcto de acuerdo a las convicciones. Y desde hace muchos años esperaba que surgiera una voz que proclamara que la política sin espiritualidad no es más que un proyecto vacío de humanidad; y que la espiritualidad sin acción en la realidad, es sólo un vago deseo de conexión trascendente, pero alejado de la humanidad esencial.
¿Será Presidente Alfredo?
Él tiene ideas de transformación social y personal, de armonía entre las personas y la naturaleza, la ciudad y las comunidades.
¿Será Presidente Alfredo?
No sabemos, pero trabajamos para ello.
Estamos en una tarea que trasciende lo inmediato, porque estamos iniciando un camino que puede ser muy largo o muy lento, pero que ya está aquí, con su ruta señalada. Da lo mismo el tiempo que pase: se han abierto las compuertas y avanzamos con ALFREDO SFEIR en el nuevo camino.
Muchas gracias.